Brandon Gay day: el mosh más seguro del mundo
Brandon Gay day: el mosh más seguro del mundo
A contrapelo de un relato en el que las lesbianas (supuestamente) permanecían en deuda y silencio con sus propios pasados, Lisa, Jor y Viole se encontraron cuerpo a cuerpo con sus pares en medio de un bullicio húmedo que rompía las noche de la ciudad, en la discoteca. Ser torta, entonces, se convirtió en ese boca a boca de fin de semana que les reunía y les revolvía en una coctelera under-queer repleta de otras formas de existir. De todos modos, como toda cosa bien disfrutada y bien bailada, ese mismo transitar empezó a abrir otros interrogantes.
Miércoles Gay Day. Así, con el “gay” bien puesto en la mitad de un nombre que – visto desde esta vereda de deconstrucciones – parece que se queda corto de identidad pero que, en ese flyer repartido hace dos décadas, cara a cara y a la luz del día, fue el primer manifiesto político para que hoy sigamos celebrándonos, ahora sí, con todos nuestros nombres.
“Andábamos con unas mochilas pesadísimas repartiendo flyers e imprimíamos las listas de descuento en un locutorio ¿te acordás?” dice Lisa. La charla se les pierde, nombran fechas, lugares, se preguntan dónde habrá quedado tal o cual cosa, ordenan y desordenan la cronología, se corrigen y se proponen un 18 aniversario sin tener totalmente resuelta esta mayoría de edad. “Mucho amor y laburo” resume Violeta mientras tira la cabeza para atrás y sonríe, en un gesto de cansancio y satisfacción. Son dos amigas en una máquina del tiempo. Son tres amigas, mejor dicho, porque en un punto todo lo demás desaparece y vuelve a escucharse también la risa de Jor.
Lo que tenía de diferente “Brandón Gay Day” es que no solo era una fiesta sino que se acercaba más al concepto de “curaduría festiva”. Buscaba responder esas inquietudes que dejaban abiertas los otros espacios. Todas las inquietudes, no solo la del encuentro. Lo primero era la visibilidad, la necesidad de exponer abiertamente la existencia de un espacio al que se podía asistir libremente y que, al dar la bienvenida con una bandera de arcoíris a cada lado de la puerta, te empujaba también a SER y nombrarte libremente.
Es esa búsqueda de otro lenguaje lo que motivó a que cada mínimo detalle de esa fiesta – aunque cambiara de día y de lugares cuanto más grande se hacía- no fuera casualidad. Brandon Gay Day, proponía un espacio de dos ambientes en el que pudiesen propiciarse muchos tipos de encuentro en simultáneo, en el que se pudiese hablar y cantar y mirarse y bailar; proponía también una estética más cercana a la noción de comunidad, otros colores, otras figuras, una forma más naïf de relatar nuestros vínculos; el ambiente se alejó de la propuesta comercial y se dejó en manos de verdaderos creadores de música y de artistas emergentes que hoy son nombres que resuenan ampliamente en la escena local.
Tal parece que esa fórmula celebratoria no solo ha funcionado a lo largo de los años, sino que ha resistido los reveses de la ciudad convulsa y caprichosa que le sirve de casa. Después de uno de los veranos más triste de las últimas décadas – ese verano de pibitos que muertos en República de Cromagnon – las nuevas regulaciones obligaron a Brandon Gay Day a detenerse y repensarse: los espacios de encuentro y descubrimiento se convirtieron en la amada casita techo-corazón de Villa Crespo y la noche se abrió completa para esa fiesta que, aún hoy, se espera con un mar de ansias y expectativas.
Brandon Gay Day sigue atendida por sus dueñas, sigue encontrando a les mismes amigues de siempre, sigue dando la bienvenida a quien quiera y sepa unirse a lo único que ha permanecido verdaderamente inmutable: el código Brandon. En tiempos en los que lo contracultural parece ser cuidarse y quererse bien, existe una fiesta en la que