Mi abuelita Luzmira me ama, me adora, pero no comprende mi loca sexualidad, ella cree, ella dice que la homosexualidad es una “mala costumbre”. La vida de mi abuela es una novela que no termina de escribirse. Ella es una guerrera, una bruja linda que lloró en el vientre de su madre momentos antes de venir al mundo. Nació el 11 de febrero de 1929 en medio de una familia pobre y campesina de sangre mapuche. Se enamoró de Juan Robles, mi abuelo paterno, descendiente de españoles, tuvieron dos hijos pero solo sobrevive mi padre. Nunca se casó, asumió sola su maternidad, la educación y la crianza de su pequeño hijo. De jovencita, maleta en mano, llegó a Santiago para trabajar en el servicio doméstico, forjando así un nuevo destino para ella y Rosendo, mi padre, un jovenzuelo que se entusiasmó con las luces de la gran ciudad. La misma competitiva metrópolis donde trabajó de esbelto mozo y conoció a Lucía, mi madre. Se casaron siendo muy jóvenes, enamorados, construyendo y reconstruyendo así su propio porvenir. En ese núcleo nací, el segundo de cuatro hermanos de una familia obrera, católica, machista y futbolera. Siempre fui un niño diferente, un otro, otra, una loca homosexual de familia popular.